viernes, 3 de julio de 2015

El origen legendario de Roma

Los orígenes verdaderos de la ciudad de Roma son inciertos y cuesta distinguir entre lo que es real y lo que es legendario.
Todo empieza con la guerra de Troya, que enfrentó a troyanos y griegos a finales del II milenio a.C., cuando Eneas huye de la destrucción de la ciudad con su padre, Anquises, y su hijo, Iulio Ascanio.
Iulio Ascanio funda el asentamiento de Alba Longa y él mismo será el primer rey.
En el siglo VIII a.C., cuatro siglos después de la fundación de la dinastía de Alba Longa, el rey Númitor es depuesto por su hermano Amulio. Amulio eliminó a los hijos varones de Númitor e hizo a su hija, Rea Silvia, virgen vestal, sacerdotista con deber de castidad. De este modo se aseguraba de que no tuviera descendencia. Aun así, el dios Marte se enamora de ella y la viola, teniendo fruto de esto a los gemelos Rómulo y Remo. Amulio ordenó su asesinato temiendo la perpetuidad del linaje de Númitor, pero el encargado del asesinato no fue capaz y abandonó a los niños en una cesta en las aguas del río Tíber, algo que nos recuerda al comienzo de la historia de Moisés.
Fueron a parar un pequeño pantano, donde cuidó de ellos una loba. Más tarde de haría cargo de ellos un pastor llamado Fáustulo.
Cuando crecieron, vengaron a su abuelo y volvieron a convertirlo en rey. Aun así, deseaban gobernar como él: Rómulo optaba por fundar Roma en el Monte Palatino y Remo, Remoria en el Aventino.
Los hermanos se sirvieron de los augurios de las aves para adivinar a cuál de ellos le sonreía la fortuna: fue a Rómulo. Éste comenzó a trazar los límites sagrados de la ciudad, Remo los traspasó y la disputa acabó en la muerte de Remo. Rómulo enterró a su hermano dentro de los límites de Roma y bautizó a la ciudad de ese modo en su honor, probablemente el mayor honor que haya conocido ninguna otra persona. Roma fue absorbiendo aldeas vecinas, un total de siete, y se estableció, como en el caso de Alba Longa, la monarquía con Rómulo a la cabeza.
Durante la primera mitad del primer milenio a.C. se documentan en la península italiana diversas culturas arqueológicas, diferentes áreas lingüísticas y numerosos grupos étnicos que conforman un variado y complejo mosaico.
Desde el punto de vista lingüístico se pueden diferenciar dos gran áreas, según se hablaran en ellas lenguas de origen indoeuropeo, o bien de sustratos lingüísticos precedentes. Desde el punto de vista arqueológico la distinción principal se establece entre culturas en las que domina el rito funerario de la incineración y aquellas en que lo hace el de la inhumación.
Desde el punto de vista étnico, antes de la conquista efectuada por Roma durante el siglo III a.C. la península Italiana estaba habitada por poblaciones muy diversas: ligures, etruscos, galos, vénetos, sabinos, volscos, samnitas, marsos, umbros, etc... La conquista de la península italiana por parte de Roma supondrá la progresiva unificación política, administrativa y lingüística de todos estos territorios. Tres núcleos geográficos destacan especialmente: Etruria, el Lacio y la Magna Grecia.
Durante siglos se han propuesto varias hipótesis sobre el origen del pueblo etrusco, que se supone la base de la sociedad romana que, asentado al Norte del Tíber, en la actual región de la Toscana y parte de Umbría, alcanzó un alto nivel de desarrollo cultural. Los propios autores antiguos se interesaron por la cuestión: mientras Dionisio de Halicarnaso consideraba que era un pueblo autóctono, Heródoto defendía su procedencia oriental, en concreto de Lidia. En torno a estas dos teorías se han elaborado todo tipo de argumentaciones por parte de los historiadores modernos. Hoy en día se ha abandonado esta discusión sobre los orígenes, centrándose la investigación en el análisis del proceso de formación de las ciudades etruscas y de su posterior desarrollo y expansión.
Rómulo y Remo, Rubens.

Las inscripciones etruscas -en torno a diez mil conocidas- están escritas en caracteres griegos (alfabeto calcídico), lo que permite que sean leídas y transcritas, pero no plenamente descifradas.
Las fuentes literarias antiguas identifican doce grandes ciudades etruscas, algunas de las cuales han sido excavadas parcialmente, pero se han llegado a localizar asentamientos etruscos hasta en la zona de Campania. 
Los etruscos nunca constituyeron un estado único, sino que sus ciudades gozaban de autonomía. Se conoce la existencia de una alianza de doce ciudades, cuyo centro federal religioso se encontraba en el santuario de Voltumna, en las inmediaciones del lago Bolsena. Entre las ciudades etruscas destacan Caere, Veyes, Tarquinia, Volsinia, Clusio, Volterra, Vetulonia o Vulci.
Las ciudades etruscas eran gobernadas originariamente por reyes (lucumones), al menos hasta el siglo V a.C., en el que se abrió un proceso en la mayoría de ellas en virtud del cual los reyes fueron sustituidos por magistrados. Los reyes se sucedían dinásticamente y unían al poder militar (simbolizado por las fasces que el lictor portaba delante del rey), un papel destacado en el plano religioso. 
La sociedad etrusca era de tipo oligárquico, con la existencia de una clase aristocrática o señorial, cuyo poder se asentaba en el control de la economía, basada en la agricultura y la ganadería, la producción artesanal y las minas, especialmente de mineral de hierro. Esta élite dominaba sobre una población compuesta por campesinos y artesanos.
La religión etrusca era “revelada”. Los etruscos se revelan como una cultura intensamente religiosa, obsesionada por la vida de ultratumba, lo que los llevó a la creación de impresionantes necrópolis, con cámaras suntuosas bajo túmulos, en las que el difunto era rodeado por sus muebles y objetos personales que, sin duda, juzgaban imprescindibles para adornar sus tumbas y para disfrutarlos en el más allá. 
Para escapar a los terrores del mundo infernal existía un meticuloso culto que incluía sacrificios periódicos y que, probablemente, incluyera sacrificios humanos. Poseían numerosos dioses de los que el más importante era Voltumnus o Voltumna, dios protector de la confederación de ciudades etruscas. La tríada formada por Tinia, Uni y Menrva ha sido considerada un antecedente de la tríada capitolina romana integrada por Júpiter, Juno y Minerva. 
Los sacerdotes etruscos (aruspices) descifraban la voluntad divina que se expresaba a través del hígado de las víctimas inmoladas -aruspicina-, de los truenos, de los relámpagos... Su prestigio en el arte de la adivinación se mantuvo bajo el dominio romano. 
El siglo VI a.C. es el periodo de auge del poder y la influencia de las ciudades etruscas, alcanzando incluso un gran protagonismo en la última fase de la monarquía romana. El auge de la República romana supone la paralela decadencia del mundo etrusco hasta que, finalmente, son dominados por Roma en su conquista.