viernes, 6 de noviembre de 2015

La República Romana

Introducción

La expulsión de la dinastía reinante en Roma supuso el fin del régimen monárquico en la ciudad. Desde finales del siglo VI a.C. y hasta la llegada de Octavio Augusto al poder (27 a.C.) se extiende el régimen republicano, dirigido por un Senado oligárquico y por un sistema de magistraturas que se irá desarrollando con el tiempo.

La historiografía actual distingue dos grandes fases en la historia de la República. Una primera (Alta República) hasta el desenlace de la segunda Guerra Púnica (201 a.C.), en que Roma se convierte en potencia hegemónica en Italia y dominadora en el Mediterráneo central y occidental; y una segunda (Baja República) en la que la conquista de los estados helenísticos de Oriente va convirtiendo a Roma en dominadora del mundo mediterráneo, a la vez que se producen dramáticos cambios y tensiones en sus estructuras políticas y sociales.

El conflicto Patricio-Plebeyo

El proceso histórico de los primeros tiempos de la República se concreta en tres fenómenos íntimamente conectados. En el interior, el conflicto entre patricios y plebeyos, paralelo a la creación y evolución de las instituciones políticas republicanas. En el exterior, la progresiva extensión del dominio de Roma en Italia.

El origen de la diferenciación entre patricios y plebeyos no está del todo clara: parece que ya a fines de la época monárquica un reducido grupo de familias —los patricii— logró elevarse sobre el conjunto de la comunidad romana, monopolizando en sus manos el derecho —que era consuetudinario—, y la dirección de la esfera religiosa de la sociedad. Estas familias de patricios fueron destacándose del resto de la población, la plebs, convirtiéndose en una aristocracia inaccesible.

Tras la expulsión de los reyes, desde comienzos del s. V a.C. sólo los patricios pudieron acceder a la nueva máxima magistratura del Estado, el consulado, y solo ellos podían acceder al Senado. Por otra parte, sólo los patricios podían interpretar la aplicación del derecho privado, dada la ausencia absoluta de ley escrita; además de poseer la mayoría de las tierras y reservarse el control de los nuevas lotes obtenidos en las conquistas.

La plebe estaba integrada por el resto de la población romana, en su mayor parte una masa de pequeños propietarios campesinos, en muchos casos empobrecidos y endeudados con los ricos aristócratas, con el riesgo de caer en la esclavitud por impago de deudas (nexum). Pero no toda la plebe era pobre: existían también algunas familias plebeyas que fueron alcanzando un notable poder económico pero que, al no pertenecer al patriciado, no podía acceder al consulado ni al Senado.

Los aristócratas, interesados en la expansión militar en la región del Lacio, necesitaban a los plebeyos como soldados. La fuerza del sector plebeyo residía en negarse a participar en el ejército, dado que se les excluía y no se sentían parte de un estado controlado por los aristócratas. Ello lo pusieron dramáticamente de manifiesto en varias ocasiones —la primera de ellas en 494 a.C.—, retirándose, según la tradición, de Roma, a la cercana colina del Aventino y amenazando con crear una comunidad política propia (secessio).

En la colina del Aventino, los plebeyos crean la asamblea plebeya (concilium plebis) en el seno de la cual eligen a los tribunos de la plebe, magistrados responsables de defender sus reivindicaciones frente a los cónsules, mediante el derecho de veto (intercessio).

La amenaza plebeya forzó la aceptación del poder de los tribunos de la plebe por parte de los patricios. Se inicia entonces un periodo de lucha de los plebeyos por alcanzar todo un conjunto de reivindicaciones en el ámbito judicial, político y económico.

Hacia 450 a.C. se publican las primeras leyes escritas conocidas del mundo romano: las llamadas “Leyes de las XII Tablas”. Su redacción se atribuye a una comisión de diez hombres notables (decenviros). Estas leyes no conllevaron la paridad de derechos entre patricios y plebeyos: su única aportación a la igualdad entre ambos grupos es que, por vez primera, existe un código de justicia, público e igual para todos, pero que, por ejemplo, mantiene la prohibición del matrimonio entre patricios y plebeyos.

A partir de mediados del siglo IV a.C., las reivindicaciones plebeyas obtienen sus primeros éxitos importantes: en 367 a.C., las leyes Licinio-Sextias abren las puertas del consulado a los plebeyos —a su élite acomodada—, y en 326 a.C., se atenúa la situación de los pobres con la abolición del nexum. La apertura del consulado acelera el acceso de los plebeyos a las restantes magistraturas y sacerdocios patricios.

La asamblea de la plebe se abrió al patriciado, convirtiéndose en comitia, ordenados —como aquellos— por tribus como unidades de voto: los comitia tributa (comicios por tribus). En 287 a.C., con la lex Hortensia, las decisiones tomadas en estos comitia tributa, pasan a ser vinculantes para todo el Estado, lo que es considerado el punto final del conflicto patricio-plebeyo.

Con la codificación del derecho, el acceso a las magistraturas, la institución de los tribunos de la plebe y de los plebiscitos y la abolición de la servidumbre por deudas, los plebeyos habían logrado sus principales objetivos y podían considerarse integrados en el Estado. Las familias patricias conservaron su posición hereditaria en el Senado, que también se fue abriendo a los plebeyos que hubieran ocupado magistraturas. Pero el acceso plebeyo a las magistraturas y al Senado no fue algo generalizado: benefició tan sólo a un pequeño número de familias plebeyas, que fueron paulatinamente integrándose con la antigua aristocracia patricia en el nuevo grupo dominante: la nobilitas patricio-plebeya. Esta clase política nueva es la que convertirá a Roma en la dueña de Italia y en un Estado imperialista.

Las instituciones políticas del Estado

Las instituciones de la República Romana representaban un equilibrio complicado, pero eficaz, entre diversas instancias, que se apoyaban o se contrapesaban mutuamente: las magistraturas, el Senado y las asambleas populares.

Asambleas

La estructura del Estado romano es la de una ciudad-Estado formalmente democrática, pero que, en la práctica, resulta ser una plutocracia, ya que el grado de participación política está regulado por la riqueza.

En la República Romana, como en las póleis griegas, el pueblo (populus romanus) estaba constituido por todos los varones libres poseedores de la ciudadanía. El pueblo era el depositario de la soberanía, que ejercía a través de las asambleas populares (comitia). En ellas no existe el principio de cada persona un voto, sino que los ciudadanos se agrupan en diferentes unidades de voto: curias, centurias o tribus. En la República coexisten distintos tipos de asambleas:

- Las más antiguas eran los comicios por curias (comitia curiata), procedentes de época monárquica, en las que el pueblo se ordenaba en 30 curias. En época republicana, esta asamblea quedó reducida a funciones simbólicas.

- Los comicios por centurias (comitia centuriata) datan del final de la época monárquica. Se trata de la expresión política del pueblo en armas. Su principio de organización eran las centurias, agrupadas en clases censitarias de acuerdo con la riqueza personal. En su forma evolucionada, desde finales del siglo IV a.C., estos comicios constaban de 193 centurias: 175 de infantería, agrupadas en 5 clases censitarias, y 18 centurias de caballeros (equites). A la primera clase de infantes correspondían 80 centurias; 20, de la segunda a la cuarta clase; 30 a la quinta, y 5 centurias, al margen de la clasificación censitaria: 4 de ellas constituían el elemento auxiliar del ejército, y la quinta la formaba la gran masa de individuos, que, al no disponer de propiedades, sólo podían contribuir al Estado con sus hijos (proletarii). Bajo una apariencia democrática, el poder de decisión descansaba en los más ricos: al ser 193 los votos, la mayoría absoluta se alcanzaba con 98, que era precisamente la suma de las centurias de los equites (18) más las de la primera clase (80).

- Junto a la organización centuriada, basada en el la fortuna personal, el populus romano estaba repartido en distritos territoriales, las tribus, fundamento de los comicios por tribus (comitia tributa) y del concilium plebis.

Los comicios por tribus eran la asamblea de base territorial. En 241 a.C. se alcanzó el número definitivo de 35 tribus: de ellas, cuatro eran urbanas, y las otras 31 rústicas. En las votaciones se votaba por tribus, con lo que la numerosa plebe urbana, restringida a cuatro tribus, estaba en inferioridad respecto a las tribus rústicas, normalmente representadas por terratenientes. La asamblea de la plebe (concilium plebis), encargada de elegir a los tribunos y a los ediles, se reunía también por tribus. Ambas asambleas tenían competencia legislativa.

Las asambleas romanas eran una pieza imprescindible del mecanismo del Estado. En ellas se elegía a los magistrados, se votaban las leyes, y se decidían las declaraciones de guerra y la conclusión de tratados. También tenían competencia en materia penal para crímenes contra el Estado, como máximo tribunal de apelación. La obligación de la presencia física del ciudadano en las votaciones fue convirtiendo las asambleas en la simple reunión de la plebs urbana, blanco fácil de la ambición de los políticos, que desarrollaron los más diversos modos de corrupción.

Magistraturas

Las magistraturas eran los cargos de gobierno ejecutivo de la República, sujetas a unas características caracteres generales: la magistratura estaba, en primer lugar, sujeta a elección por parte del pueblo; ello significaba una gran dignidad (honos) y tenía carácter gratuito. Un segundo principio era el de la anualidad para todos los cargos públicos, a excepción del dictador y del colegio de los censores. Por último, la magistratura era colegiada: con excepción del dictador, todos los magistrados romanos formaban colegios de, al menos, dos miembros, para evitar la concentración de poder en las manos de un solo individuo. Cada miembro de un colegio tenía derecho veto sobre las decisiones de sus colegas.

Siendo la magistratura un honor gratuito y exigiendo su cumplimiento, en ciertos casos, enormes gastos, es evidente su desempeño sólo podía recaer en las manos de los miembros de la nobilitas. Con el tiempo, se fue estableciendo un cierto orden en el conjunto de las magistraturas y en el modo de cumplirlas. Esta carrera o cursus honorum fijaba los distintos escalones de la magistratura, de menor a mayor, y establecía la limitación mínima de edad para cada uno de los grados.

Los cuestores (quaestores) constituían el grado más bajo de la magistratura. Su función fundamental consistía en la administración de las contabilidad y los archivos del Estado.

Seguían en rango los ediles (aediles), un colegio compuesto por 4 miembros, 2 patricios y 2 plebeyos, encargados del aprovisionamiento de la ciudad, de las calles y de los juegos y espectáculos públicos.

El tribunado de la plebe era desempeñado por 10 miembros de origen plebeyo. Sus amplios poderes desarrollados en favor de los plebeyos durante la lucha de estamentos, fueron mantenidos y extendidos a todo el cuerpo ciudadano, como protectores del pueblo contra posibles abusos de los otros magistrados.

El colegio de pretores estaba especializado en el campo de la administración de justicia. Estaban investidos, como los cónsules, de autoridad militar (imperium), aunque de categoría menor.

Los magistrados supremos de la República eran los dos cónsules, a quienes estaba encomendada la dirección del Estado y el mando del ejército. Poseían en plenitud el imperium, la autoridad militar, y su ámbito de competencia apenas tenía limitaciones: convocaban las asambleas populares y el senado y juzgaban causas de carácter civil y penal. En casos de grave peligro exterior o interior, los cónsules podían nombrar un dictador, cuya función no podía sobrepasar un período de más de seis meses.

Los dos censores, elegidos por cinco años, eran los encargados de efectuar y mantener el censo, asignando a cada ciudadano a una determinada clase censitaria y a una determinada tribu,

y fijando así sus obligaciones fiscales y militares. Velaban también sobre las buenas costumbres, elegían los miembros del Senado entre los ex-magistrados y se ocuparon también de dirigir las obras públicas del Estado.

Cónsules, pretores y censores eran elegidos por los comicios centuriados. Los cuestores, los ediles y los tribunos de la plebe eran elegidos por los comicios tributos o por la asamblea de la plebe. Los romanos solían elegir los magistrados de entre las familias en las que ya había habido otros magistrados exitosos en el pasado. Aquel que, de manera excepcional, llegaban a las magistraturas sin pedigrí político familiar era denominado un homo novus.

El senado

El Senado era la institución que agrupaba a la aristocracia patricio-plebeya, auténtica detentadora del poder político. Fue desarrollándose a lo largo de la República como un consejo supremo destinado a asesorar a los magistrados. El nombramiento era vitalicio, y contaba con unos trescientos miembros. El senado personificaba la tradición pública romana y toda la experiencia de gobierno y administración de sus componentes. Frente a los magistrados anuales y las asambleas populares, el senado se destacaba como el núcleo permanente del Estado y como el auténtico gobierno de Roma. Aunque sus consejos no eran vinculantes, rara vez eran desoídos por los magistrados. Se ocupaba de cualquier asunto de interés para la dirección del Estado, en los ámbitos de la religión, las finanzas, la administración, el orden interno y, sobre todo, la política exterior. Decidía las operaciones militares, ratificaba los acuerdos con estados extranjeros, distribuía las provincias etc... En el ámbito interno, una función fundamental era la administración de los bienes del Estado.

En conjunto, la República Romana había encontrado un equilibrio dinámico entre sus tendencias democráticas y oligárquicas, ejemplificado en la expresión que Senatus populusque romanus. Este equilibrio institucional fue el que permitió el auge expansionista de Roma.

En el plano ideológico, se van imponiendo durante la Alta República, por parte de la nobilitas, un conjunto de valores morales considerados propios de todo buen ciudadano romano:

– El respeto al Mos maiorum (“la costumbre de nuestros mayores”), a la tradición por encima de todo. Lo antiguo es positivo y prestigioso, lo nuevo es considerado inquietante y peligroso.

– La Virtus (“virtud”), basada en la valentía, la sobriedad, la sensatez y la pureza moral.

– La Fides ( “fe”, “confianza”): el mantenimiento de los juramentos y los pactos no importa a qué precio.

– La disciplina y auto-control; la manifestación pública de las emociones era considerada indecorosa y signo de debilidad.

– El respecto a los superiores, al orden jerárquico de la sociedad. Los niños debían respeto absoluto a sus padres, las mujeres a sus esposos, la plebe a la elite.

La conquista de la península itálica

Es un proceso largo y complejo que se realiza en tres grandes etapas y al final del cual Roma se erige en la principal potencia de Italia.

- En la primera etapa destacan la guerra y conquista de Veyes (396 a.C.), y la derrota y disolución de la Liga Latina (338 a.C.), victorias que convierten a Roma en la ciudad más poderosa del Lacio. La conquista Veyes y la anexión de su territorio supuso la duplicación del dominio territorial de Roma. Pero poco después, en 390 a.C., una horda de invasores celtas venció a las tropas romanas y saqueó Roma, episodio que quedó grabado en la memoria histórica de los romanos.

Los latinos recibieron una ciudadanía “limitada”, con plenos derechos civiles, pero no políticos, no pudiendo votar en las asambleas de Roma ni optar a las magistraturas. Este derecho romano limitado fue denominado derecho latino (ius latii). Parte del territorio ocupado por Roma en las conquistas por toda Italia fue entregado a soldados romanos sin tierras, que renunciaban a su plena ciudadanía a cambio del terreno que recibían, con lo que se formaban “colonias latinas”, es decir, compuestas por ciudadanos de derecho latino. Estas colonias, además, aseguraban el territorio conquistado.

- La segunda etapa incluye la conquista de la Sabina y las guerras conducidas contra los samnitas (343-290 a.C.), triunfos que otorgan a Roma el dominio de la Italia central. Los samnitas, vencidos, hubieron de entregar a Roma parte de su territorio y aceptar ser aliados de Roma.

Los aliados se unían a Roma mediante un pacto (foedus) irrevocable de ayuda y amistad, que les permitía conservar su autonomía interna. Sin embargo, su política exterior y su actividad militar quedaban a merced de Roma. Sobre todo, y debían proporcionar tropas armadas y caballería cada vez que Roma lo requería. Estas tropas auxiliares fueron absolutamente fundamentales en la expansión militar de Roma.

- Durante la tercera etapa se produce la anexión progresiva de Etruria y el control de la Magna Grecia. La presencia del ejército romano en el sur de Italia desencadena las iras de Tarento, que solicita ayuda a Pirro, rey de Epiro. El monarca helenístico se persona en Italia con su ejército y, después de una guerra irregular (280-275 a.C.), es vencido en Benevento. La victoria sobre Pirro y la posterior capitulación de Tarento (272 a.C.) consolidan la posición de los romanos en la Magna Grecia.

La conquista de Italia se había producido en gran parte brutalmente, arrasando las ciudades que se resistían, aplastando las rebeliones y esclavizando a poblaciones enteras. Pero, en los casos de rendición y alianza, se había respetado la autonomía interna de estas comunidades. Las oligarquías locales veían su posición consolidada y protegida por Roma, y sus miembros más destacados incluso obtenían la ciudadanía romana.

Las tierras arrebatadas por Roma pasaban a engrosar el ager publicus romano o servían para la fundación de colonias latinas, que tenían la doble función de proporcionar tierras a los romanos pobres y de asegurar militarmente los puntos estratégicos con una población estable romana.

El asentamiento de colonias latinas por toda Italia, la construcción de vías que, además de facilitar el tránsito de las tropas, reducía las distancias, y la prestación del servicio militar en el ejército romano por parte de los aliados, todo ello contribuía a la “romanización” y unificación cultural de Italia, sobre todo entre las clases elevadas. Italia seguía siendo un mosaico de pequeños Estados, tribus y ciudades autónomas, pero la lengua latina, la escritura y las costumbres romanas se extendían, y los recursos militares de toda la península quedaban unificados bajo la dirección del Senado Romano.

Las guerras Púnicas

Las ambiciones mediterráneas de Roma acabaron colisionando con las del Estado cartaginés. En el siglo III a.C., Cartago es una potencia que controla la parte noroccidental de África, la zona meridional de Cerdeña, el extremo occidental de Sicilia y la isla de Ibiza. Su fuerza militar se basa en una imponente flota marítima y en un heterogéneo ejército de ciudadanos y de mercenarios.

- La primera guerra Púnica (264-241 a.C.) se desencadena cuando Roma, al aprovechar una confrontación entre cartagineses y griegos de Sicilia, envía sus tropas a la isla. La guerra duró más de veinte años y fue durísima, perdiendo cada bando más de 100.000 hombres y 500 barcos. La guerra se decidió en el mar: al inicio de la misma los romanos carecían de flota, pero a lo largo de la confrontación lograron desarrollarla, y tras una etapa de reveses iniciales, en 241 a.C. derrotaron decisivamente a la flota cartaginesa frente a las islas Égates, al oeste de Sicilia, que fue anexionada.

Al final de la guerra la situación geopolítica de Roma se había transformado. De potencia puramente terrestre se había convertido también en potencia marítima. Y con la anexión de Sicilia, Cerdeña y Córcega como provincias, administradas por gobernadores y obligadas a pagar tributos a la metrópoli, Roma comenzaba a entrar en su nueva etapa imperialista.

- La segunda guerra Púnica (218-201 a.C.). Las cuantiosas pérdidas materiales causadas por la guerra empujan a los cartagineses a ampliar sus dominios territoriales sobre el sur y el este de la península Ibérica. El ataque dirigido por Aníbal contra la ciudad de Sagunto, aliada de Roma, sirve de excusa al senado para enviar a la Península las legiones comandadas por Gneo y Publio Comelio Escipión, acontecimientos que desencadenan el estallido de la guerra. Mientras tanto, Aníbal se dirige con su ejército hacia Italia. Después de las victorias púnicas de Trebia, Tesino, Trasimeno y Cannas, la guerra se mantiene en Italia por espacio de casi quince años, hasta que, finalmente, Aníbal es obligado a regresar a África. En 202 a.C., los cartagineses son derrotados en Zama por el cónsul Publio Cornelio Escipión Africano, el mismo que entre 210 y 206 a.C. había conseguido expulsarlos de Hispania.

- Durante los cincuenta años siguientes, los cartagineses son relegados a sus posesiones africanas, pero su recuperación económica desata los temores de Roma, que provoca una nueva guerra. La tercera guerra Púnica (149-146 a.C.) acontece exclusivamente en África y se cierra con la destrucción total de la ciudad de Cartago. A inicios del siglo II a.C., en conclusión, Roma es la primera potencia del Mediterráneo central y occidental.

La forja del dominio mediterráneo de Roma distingue, a lo largo de su evolución, un eje apoyado en dos conceptos relacionados pero diferentes entre sí: hegemonía e imperialismo. Ambos explican las dos actitudes con las que Roma, a través de la Historia, fue enfrentando la cuestión de la conquista de nuevos territorios. Por hegemonía se entiende la posición política directora de un determinado Estado dentro de un territorio o conjunto de territorios, sin que sea necesaria la anexión de tierras. Por imperalismo se entiende la voluntad de expansión sin límites precisos mediante el uso de la fuerza y sólo con la intención explícita de anexionar tierras ajenas.

La conquista de Oriente

Los inicios de la penetración en Oriente se caracterizan por la política diplomática y por los pactos. Sin embargo, con el tiempo, la conducta de Roma se torna más marcadamente imperialista, basada en la anexión directa, lo que comporta enormes beneficios en botines e impuestos. A lo largo del proceso imperialista destaca la complicidad que Roma halla entre las clases dirigentes indígenas, con las cuales se establece una comunión de intereses económicos y de integración política que hacen del imperialismo romano un fenómeno irreversible.

Tras la victoria de Aníbal en Cannas, el rey Filipo V de Macedonia había concertado con él una alianza, episodio que sirve de coartada a Roma para iniciar la guerra una vez derrotada Cartago. Las tropas romanas, mandadas por Tito Quincio Flaminino derrotaron a Filipo en la batalla de Cinoscéfalos (197 a.C.). Poco después, en los juegos ístmicos celebrados en Corinto, Flaminino proclamaba la libertad de todas las ciudades griegas, previamente sometidas a la tutela macedonia, y era aclamado por los griegos. Debilitada y humillada la monarquía macedonia, los romanos se retiraron.

El otro monarca helenístico que inquietaba a los romanos era el seléucida Antíoco III el Grande. Las tropas romanas lo derrotaron en Magnesia (190 a.C.), obligándolo a firmar la paz de Apamea (188 a.C.), que significó el inicio del fin del Imperio seleúcida, reducido a sus dominios orientales una vez liberado el reino de Pérgamo y los territorios de las ciudades griegas de la costa, y obligado a pagar enormes reparaciones de guerra. Cumplido su objetivo, los romanos volvieron a retirarse.

A partir de ese momento, la intervención de Roma en el Oriente sería más directa. En 171 a.C. Roma declaró la guerra al nuevo rey Perseo de Macedonia, y las tropas romanas, al mando de Lucio Emilio Paulo, lo derrotaron en Pidna (168 a.C.). La monarquía macedonia fue abolida; Emilio Paulo saqueó la región, llevando a Roma un botín tan gigantesco que permitió al Estado la supresión de los impuestos que previamente pagaban los ciudadanos romanos.

Cuando las ciudades griegas comprendieron las intenciones de dominio de Roma, se produjeron intentos de rebelión. En 146 a.C. la ciudad de Corinto fue arrasada por las tropas romanas, en las mismas fechas en las que se procede a la total destrucción de Cartago (3ª Guerra Púnica). Estas brutales acciones estaban orientadas a despertar en todo el mundo el terror y el respeto por Roma.

Sólo el reino lágida de Egipto se mantendría independiente todavía durante casi un siglo, hasta que Cleopatra VII, aliada con Marco Antonio, intentó disputar a los romanos su dominio en el área oriental, siendo derrotada en Actium (31 a.C.).

Justificación y causas de la expansión romana

Los propios autores romanos justificaban su actitud expansiva en términos defensivos, acuñando el concepto del bellum iustum, por el que se presenta siempre al enemigo como culpable de la confrontación y cargado de tópicos negativos, lo que hace “justa” la acción bélica de Roma. Esta justificación romana de su expansión y conquista fue, en esencia, asumida por el padre de los modernos estudios de Historia de Roma, Theodor Mommsen (1817-1903). La investigación actual apunta, en cambio, a móviles fundamentalmente económicos y políticos en la base de este fenómeno.

La política de guerras y expansión reportaba grandes ventajas políticas a los miembros de la nobilitas, que veían en las conquistas la posibilidad de lograr prestigio político (gloria, fama, celebración de triunfos). Pero también grandes beneficios económicos, en términos de nuevas tierras y masas de esclavos que trabarlas.

Junto a ellos, de la conquista benefició mucho a los hombres de negocios y comerciantes (los caballeros o equites), que afianzaban sus relaciones comerciales en posición de privilegio en los nuevos territorios.

También la masa plebeya de ciudadanos romanos —pero también los latinos e itálicos—, se vio inmersa en la dinámica imperialista. En la fase de expansión permanente, el saqueo y el botín eran muy atractivos, y la llegada de enormes riquezas a Roma —por indemnizaciones de guerra y tributos— supuso la supresión de impuestos directos a los romanos y el auge del evergetismo en la ciudad, con una elevación inicial del nivel de vida.

No obstante, a medio y largo plazo, veremos cómo las consecuencias de la expansión imperialista afectaron de manera especialmente negativa al campesinado romano, que constituía la propia base de su ejército.