domingo, 22 de mayo de 2016

La Crisis de la República

Las consecuencias de la expansión

La conquista romana del Mediterráneo trajo como consecuencia profundos cambios en la vida política, social y económica de Roma e Italia.
Las crecientes necesidades militares obligaron a prolongar los mandatos de los generales romanos más allá del límite reglamentario de un año. Esto tuvo peligrosas consecuencias al ir generando ambiciones personales que socavaron el sistema de las magistraturas anuales.
En el plano económico, se produjo en toda Italia una crisis agraria grave. Los soldados romanos -que seguían siendo pequeños y medianos propietarios de explotaciones agrícolas- fueron obligados a luchar en áreas lejanas del Mediterráneo, cada vez durante periodos más prologados. Ese nivel de dedicación a la guerra fue desastroso para el pequeño campesinado, que no podía mantener sus granjas. Se contrajeron deudas y a ello siguió el desposeimiento a través de la venta o el desahucio.
El proceso se aceleró por el hecho de que los ricos buscaron invertir los beneficios de las guerras en tierras itálicas, lo que supuso el crecimiento de latifundios trabajados por esclavos. Éstos eran suministrados en abundancia gracias a las esclavizaciones masivas de poblaciones vencidas, resultaban relativamente baratos y tenían la ventaja adicional de que estaban exentos de servir en el ejército.
Todo ello supuso la crisis paulatina de los pequeños y medianos propietarios-campesinos. Muchos de ellos emigraron a las ciudades, especialmente a Roma, donde empezaron a crearse posibilidades de empleo debido a los grandes gastos de los ricos en lujos, servicios, sobornos políticos y diversiones.
Los ingresos estatales en forma de botín, indemnizaciones y tasas fueron inmensos. La organización de los suministros al ejército la llevaban a cabo sectores privados que competían por las contratas publicas del Estado: las “sociedades de publicanos”. Estos publicani, pertenecientes al sector de los ecuestres o caballeros, adquirieron los derechos de recaudación de los tributos de las provincias, y se beneficiaban de las contratas para la construcción de edificios públicos, calzadas y otros servicios. Esto supuso riqueza y poder para los principales publicanos, que formaron un grupo de presión muy influyente, pero al margen del Senado (a los senadores no les estaba permitido participar en este tipo de negocios).


Las reformas de los Gracos

Las crecientes dificultades del reclutamiento y la degradante condición del proletariado romano fueron los principales problemas que Tiberio Sempronio Graco se propuso atajar durante el tiempo que ejerció como tribuno de la plebe (133 a.C.). Graco propuso, mediante una ley agraria, restablecer a los campesinos desposeídos en parcelas del territorio público. La tierra necesaria fue adquirida por la imposición de un límite legal a la extensión de las apropiaciones en usufructo del ager publicus y reclamando en nombre del Estado a los que tenían tierras en propiedad por encima del límite establecido. El proyecto de ley de Graco supuso una grave amenaza de los intereses creados de muchos propietarios acaudalados y despertó una intensa oposición. Las tensiones se agravaron cuando el tribuno decretó que las riquezas legadas por Átalo III de Pérgamo al pueblo romano fueran destinadas a financiar la reforma agraria. La oposición se escandalizó por esta interferencia sin precedentes en las atribuciones del Senado. El intento de
Graco de presentarse a un nuevo tribunado fue el detonante del enfrentamiento con la oligarquía conservadora, que acabó con la muerte de Tiberio y muchos de sus seguidores.
Su hermano menor Cayo Sempronio Graco dirigió un ataque más radical contra el orden establecido. Obtuvo dos tribunados consecutivos (el de 123 y 122 a.C.), en los que introdujo una amplia gama de reformas destinadas a paliar algunos de los problemas más acuciantes de la sociedad y la administración romanas.
Aprobó una nueva ley agraria, promoviendo la fundación de colonias en Italia y África. Propuso la mejora de las condiciones del servicio militar, la organización por el Estado del suministro de trigo a la ciudad de Roma. Atacó la corrupción senatorial e intentó frenar los abusos de autoridad de los magistrados mediante. Reorganizó el procedimiento en casos de mala administración por parte de los gobernadores provinciales, mediante la creación de un tribunal regular de justicia. Por último, Graco intentó ampliar el derecho de voto, otorgando los derechos de ciudadanía romana a los latinos y los derechos latinos a los aliados itálicos. Esta disposición fue rechazada por la plebs, que no deseaba compartir sus privilegios.
Cuando expiró su mandato en 121 a.C. se produjo una tentativa de revocar algunas de sus leyes y sus seguidores protestaron con violencia. El Senado aprovechó para declarar el estado de excepción (senatusconsultum ultimum), y Graco y muchos de sus seguidores fueron asesinados.
La importancia histórica de la obra de Cayo Graco se debe al volumen y alcance de su legislación. Nada semejante se había visto antes en Roma y no se repetiría hasta el gobierno de Julio César.

A partir de esta época comienzan a identificarse dos tendencias políticas en el seno de la nobilitas. Por una parte una mayoría conservadora, que defendía la autoridad del Senado y se oponía a cualquier intento de reforma, y en especial a las promovidas por los tribunos de la plebe: era los llamados optimates. Figuras destacadas de este sector serán personajes como Sila o Cicerón. Por el contrario, los llamados populares eran también miembros de la nobilitas pero que, como los Graco o, posteriormente, Mario o César, intentaron tomar medidas de reforma en nombre de la causa del pueblo. Pero también los políticos populares utilizaron la demagogia y la manipulación de las masas, con el objetivo de consolidar su propio poder personal.


Mario y la reforma del ejército

Entre 113 y 105 los ejércitos romanos sufrieron duras derrotas frente a tribus germanas -cimbrios y teutones- en la Galia. La última de estas derrotas, en la batalla de Arausio, fue una autentica masacre y dejó a Italia a merced de los germanos. En este contexto surge la figura de Cayo Mario. Mario era un homo novus, que ascendió a la primera línea política debido a su sólida competencia militar y a su popularidad por sus éxitos en combate.
Elegido cónsul en siete ocasiones desde el 108 a.C., Mario dirigió las victorias de Roma contra el rey númida Yugurta y contra los cimbrios y teutones. Sus victorias fueron conseguidas por un ejército que él mismo había transformado en una fuerza de combate eficiente y disciplinada. Con el campesinado en declive, el único camino para resolver el problema del reclutamiento no era otro que limitar la cualificación de propietario a efectos del servicio militar, o ignorarla por completo, como hizo Mario. La acción de Mario fue simplemente la etapa final en la formación de un ejército profesional que dejó de basarse en la dedicación parcial de los campesinos a tareas militares.
Ello tuvo importantísimas consecuencias en la sociedad y la política republicanas: la relación entre la posesión de propiedades y el servicio militar quedó rota y el servicio al ejército se convirtió en una forma de empleo para hombres que no poseían tierras. La consecuencia de ello fue que los ejércitos, integrados ahora por proletarios, empezaron a reclamar una remuneración permanente por sus servicios, concretada en forma de tierras de cultivo. Por entonces, el Estado romano no estaba preparado para garantizar un sistema regular de remuneración de lotes de tierras para compensar a los veteranos. Por ello los soldados comenzaron a apelar a sus jefes militares para obtener el beneficio deseado. De este modo los ejércitos se convirtieron en instrumentos de intereses políticos particulares en manos de imperatores ambiciosos, dinámica que caracteriza el último siglo de la República.


En la guerra contra Aníbal, Roma había estado al frente de una alianza de comunidades itálicas libres a las que, en buena medida, debía la victoria frente al que se presentó como “invasor extranjero”. Pero poco a poco, los aliados se dieron cuenta de que en realidad eran súbditos que llevaban el peso de unas guerras de las que no obtenían suficiente beneficio. En el 90 a.C. estas reivindicaciones acabaron en un conflicto militar entre Roma y los aliados, conocido como “guerra social” (de socii, “aliados”). Los romanos consiguieron la victoria militar, pero reconociendo su derrota política, pues se inició la concesión de ciudadanía romana estas comunidades.


La dictadura de Sila

Apenas estuvo resuelta la crisis itálica llegaron noticias de un desastre en las provincias orientales. Durante algunos años Roma se mantuvo a la expectativa ante el espectacular ascenso del reino del Ponto bajo el mandato de Mitrídates VI (121-63 a.C.). En 89 a.C. un pretor romano provocó imprudentemente un ataque contra Mitrídates, quien invadió la provincia de Asia ordenando la matanza de todos los romanos allí residentes.
La tarea de conducir un ejército romano contra Mitrídates le fue encomendada al cónsul L. Cornelio Sila. Mario, deseoso de dirigir él mismo las operaciones hizo que un tribuno de la plebe forzara en la asamblea la sustitución de Sila por Mario como comandante de la campaña contra Mitrídates. Los acontecimientos se precipitaron: Sila se reunió con las tropas que esperaban partir hacia y Asia marchó sobre Roma, que se rindió sin violencia (88 a.C). Sila marchó a Oriente para enfrentarse a Mitrídates y, en su ausencia, líderes populares como Cinna y Mario (muerto en el 86), se hacen con el control de Roma.
Tras hacer retroceder a Mitrídates, en el 83 a. C. Sila regresó a Italia, estallando la guerra civil. Hubo encarnizadas luchas en Italia y en las provincias, en las que se destacó el joven Pompeyo. Instalado en Roma desde el 82 a.C., Sila llevó a cabo una dura purga entre sus oponentes mediante las célebres proscripciones, con ejecuciones sumarias y confiscación de bienes. Sila se convirtió en dictador e introdujo una serie de leyes con las que pretendía anular la capacidad de acción de los populares. En particular intentó minar el poder del tribunado de la plebe, limitando severamente sus poderes de veto y legislación. Además, acometió diversas reformas tendentes a organizar y actualizar el cursus honorum, y amplio hasta 600 el número de senadores. Finalmente, abolió el subsidio estatal de raciones de grano. Acabado su mandato, se retiró a la vida privada y murió a principios del 78 a.C.
Sila atacó los síntomas de la crisis de la República pero no las causas. Estableció una estructura de gobierno en que tuvo más poder que nunca la oligarquía senatorial, pero basada en la violencia y no en el consenso. Los principales seguidores de Sila fueron los primeros en explotar la debilidad del sistema tan pronto como él faltó.


El ascenso de Pompeyo

Las décadas siguientes a la muerte de Sila se caracterizan por el ascenso de personajes como Pompeyo, en el que el Senado va delegando la responsabilidad de solucionar los graves problemas militares que aquejan a Roma, lo que a su vez revela la crisis del sistema tradicional de magistraturas.
La primera de estas misiones fue la derrota de Sertorio. Q. Sertorio, se había exiliado de Italia al acercarse los ejércitos de Sila y se había retirado a Hispania, donde inició una revuelta general, apoyada tanto por los hispanos como por los romanos e itálicos residentes allí. El ejército consular enviado a someterle fracasó, por lo que el Senado decidió enviar a Pompeyo, nombrado procónsul en el 77.
Mientras Pompeyo se encontraba en Hispania, en Italia surge, a finales de los 70, la revuelta de Espartaco, la última de las guerras de esclavos de la antigüedad. Las revueltas de Espartaco no fueron, en realidad, movimientos revolucionarios, sino más bien intentos de los esclavos de escapar de su miserable condición: no había un trasfondo ideológico ni un movimiento organizado para la abolición de la esclavitud como tal.
Tras acabar con la rebelión de Sertorio, y terminar con los restos del ejército de Espartaco en su vuelta a Italia, Pompeyo se convirtió en la figura más destacada de la República. Era popular y capacitado y tenía leales seguidores tanto entre los soldados y el pueblo, como en las provincias, donde había tratado con moderación y respeto a las poblaciones nativas.
A comienzos de los años 60 el problema de la piratería se agudizó. En el 67 a.C. se dio a Pompeyo un mando especial contra los piratas, con control sobre inmensos recursos en hombres, dinero y suministros. En tres meses consiguió limpiar de piratas las costas, lo que en su momento fue considerado una asombrosa hazaña de organización y táctica.
Al año siguiente se le encargó Pompeyo la continuación de la guerra contra Mitrídates, que seguía actuando en Oriente. En su expedición a Oriente, Pompeyo venció a Mitrídates, conquistó toda Anatolia y Siria y avanzó por el sur hasta Jerusalén, tomándola en el 63 a.C. Creo la provincia de Siria, la de Bitinia y Ponto, amplió la de Cilicia, y rodeó las nuevas provincias de un escudo protector constituido por reinos vasallos tributarios de Roma. Se apoderó de cuantioso botín y otorgó a sus soldados un donativo equivalente a doce años de paga.
Mientras, en la propia Roma se experimentaba una creciente crisis económica y una atmósfera de tensión política. En ese ambiente comienzan a ascender las figuras del riquísimo Craso, del orador y político Cicerón, y del joven aristócrata Cayo Julio César.
M. Tulio Cicerón, brilllante orador y político, fue un homo novus, que llegó al consulado representando al sector conservador de los optimates. Durante su mandato descubrió la conjuración encabezada por L. Sergio Catilina para intentar dar un golpe de estado, aupado en la promesa de reformas agrarias y cancelación de las deudas. Este episodio, magnificado por el propio Cicerón, es revelador del profundo descontento de muchos sectores de la sociedad romana.
M. Licinio Craso era un aristócrata que, como Pompeyo, había sido protegido por Sila, enriqueciéndose extraordinariamente con las proscripciones. Había participado también en la sofocación de la revuelta de los esclavos de Espartaco. Representaba los intereses del sector de los equites, donde tenía extensas clientelas, y financió la carrera política del joven y empobrecido Cayo Julio César, con el fin de conseguir sus propios fines políticos.
C. Julio César era un joven aristócrata de una antigua familia patricia, pero ligado por lazos familiares a Mario, que vio coartada su carrera política por el golpe de estado de Sila. En los años 60, el joven político se esforzó por ganar popularidad, cultivando el recuerdo de Mario, pero sin descuidar las relaciones con Pompeyo y Craso, entre los que supo moverse con astucia.
Durante esta etapa, la violencia se convirtió en un mal endémico en la vida política de Roma: las bandas armadas incontroladas intensificaron su actividad en la ciudad, donde la fuerza policial era insuficiente para mantener el orden.
A finales del 62 a.C., Pompeyo regresó a Roma para celebrar su triunfo. Esperaba que el Senado ratificara sin dificultades su ordenamiento en Oriente y que proveyera de tierras a sus veteranos. Pero estas peticiones chocaron con la resistencia de los optimates, quienes decidieron frustrar los deseos de Pompeyo, temerosos de otorgar tanto prestigio y poder a un sólo hombre; al hacerlo provocaron una situación de profunda crisis política que desembocaría en la desintegración de la república.


El “primer triunvirato”

La actitud de los optimates condujeron a Pompeyo a una alianza política con Craso y César. Este pacto -conocido erróneamente como el “primer triunvirato”- supuso la triple combinación de la popularidad de Pompeyo, la riqueza y conexiones de Craso y la sagacidad política de César. César ganó, con el apoyo de sus nuevos aliados, el consulado en el 59 a.C. y, ya en el cargo, introdujo una serie de leyes satisfactorias para los tres, al margen de la voluntad del Senado (Bíbulo, el otro cónsul, fue totalmente arrinconado por César).
Fue confirmado el ordenamiento de Pompeyo en Oriente y se dio tierra a sus veteranos. César se otorgó un mandato especial de cinco años en la Galia. La alianza se vio fortalecida por el matrimonio de Pompeyo con Julia, hija de César. En el 58 a. C., César marchó a su provincia y se lanzó a la conquista de las Galias (58-51 a.C.).
En el 56, en Luca (Galia Cisalpina), César, Craso y Pompeyo renovaron su alianza. Pompeyo y Craso recibieron un mandato especial de cinco años cada uno; Craso se dirigió a Siria
para iniciar una campaña contra el imperio parto. Pompeyo recibió Hispania, que gobernó por medio de legados, mientras permanecía en Roma vigilando los acontecimientos de la ciudad. El mandato de César en la Galia fue prolongado por un segundo período de cinco años.
En el 54 a. C. la esposa de Pompeyo, Julia, murió y, con ella, el lazo personal que le unía a César. Un año más tarde moría Craso en la batalla de Carrhae, contras los partos. Esto incrementó aún más las tensiones entre César y Pompeyo. Mientras tanto, la violencia y el desorden prevalecían en Roma, impidiendo el funcionamiento normal del gobierno. Finalmente, el Senado nombró a Pompeyo, con el que volvía a estar aliado, “cónsul único” para restablecer el orden.
Para entonces César casi había culminado la conquista de la Galia y su segundo mandato extraordinario de cinco años estaba a punto de llegar a su fin. El miedo a César provocó la unión de Pompeyo y los optimates, que intentaron frustrar las ambiciones de César de continuar manteniendo su imperium presentándose a un nuevo consulado.
La intención del Senado era que César acabase su mandato para poder enjuiciarle y acabar con su carrera (y con su vida, probablemente). Pero los intentos del Senado de que César perdiese su mandato (y su imperium), fueron vetadas por tribunos de la plebe al servicio de César (entre ellos, Marco Antonio). Finalmente, en enero del 49 a.C., el Senado declaró a César enemigo público, autorizando públicamente su eliminación. Como respuesta, César cruzó el río Rubicón, invadiendo Italia con su ejército, en lo que suponía la declaración de una nueva guerra civil, y el inicio del fin de la República.
Desde el año 60 a.C. el control del gobierno había pasado del dominio aristocrático al de personajes como Pompeyo, Craso o César, apoyados por sus ejércitos “privados” y por amplias clientelas, y dotados de mandatos especiales que los liberaron de las restricciones del sistema de magistraturas anuales colegiadas. La oligarquía senatorial no contaba con el respeto y la lealtad de amplios grupos de la sociedad. Las clases populares optaron por apoyar a líderes individuales que, a su vez, dependían de ellos y de su apoyo y que, consecuentemente, dedicaban buena parte de su esfuerzo a garantizar sus necesidades materiales.


El triunfo de César

Cuando César invadió Italia en el 49 a.C., Pompeyo se retiró a los Balcanes. César se apoderó con rapidez de toda Italia, entró en Roma y se hizo nombrar dictador. A finales del 49 a.C. partió al encuentro de Pompeyo, derrotándole en la batalla de Farsalia en el 48 a.C. Pompeyo huyó a Egipto, donde fue asesinado, poco antes de la llegada de César. En Alejandría. César intervino en una disputa dinástica, tomando partido en favor de Cleopatra, que se convirtió en su amante, y a la que instaló en el trono de Egipto.
De regreso a Roma a través de Asia Menor César perdonó a aquellos que, como Cicerón, habían apoyado a Pompeyo, y organizó los asuntos de la ciudad. En Roma, César celebró un triunfo espectacular, pero antes de acabar el año hubo de acudir de nuevo a Hispania, donde derrotó a los seguidores de Pompeyo en la batalla de Munda (45 a.C.). César volvió a Roma, pero no habían transcurrido seis meses cuando fue asesinado.
Durante su breve estancia en Roma, César emprendió un vasto programa de reformas políticas, sociales y administrativas orientado atajar la miseria y las deudas de la plebe romana.
Gran número de ciudadanos pobres y veteranos licenciados fueron asentados en colonias en Italia y, especialmente, en las provincias. Se adoptaron medidas para regular la distribución del trigo y para erradicar las bandas armadas. Se dio forma definitiva al sistema de recaudación de tasas directas en Asia y otras provincias, que fueron gobernadas por legados nombrados directamente por César. Recompensó a muchos de sus aliados admitiéndoles en el Senado, por lo que el número de sus miembros se incrementó hasta 900. Inició una serie de grandiosos proyectos de edificaciones, el más impresionante de los cuales fue la construcción de un foro completamente nuevo alrededor del templo de Venus Genetrix, ancestro de la familia Julia. El calendario de 365 días y un cuarto, fue introducido por César el 1 de enero del 45 a.C.
Durante sus últimos años César gobernó con las atribuciones de un rey aunque sin el título: acumuló inauditos honores en el Senado, el mes en que había nacido fue llamado Iulius, emitió monedas que llevaban su retrato... César no ocultaba ya su desprecio por las formas constitucionales republicanas: nombró directamente a los magistrados y limitó las funciones del
Senado a la aprobación de sus decisiones. Semejantes hechos ofendían gravemente a hombres que se percibían a sí mismos como garantes y portadores de las tradiciones del Estado: en los idus de marzo del 44 a.C., Julio Cesar fue asesinado por un grupo de senadores conjurados.


Antonio y Octavio

La muerte de César produjo confusión y perplejidad, al mismo tiempo que una lucha desaforada por el poder. Los personajes más importantes entre los antiguos aliados de César eran M. Antonio y M. Emilio Lépido. Pero pocas semanas después del asesinato se presentó un nuevo e inesperado factor con el regreso a Roma de C. Octavio, al que César había adoptado y nombrado heredero.
Octavio era nieto de la hermana de Julio César. En el 44 a.C. tenía 19 años y estaba estudiando en Grecia, cuando llegó a sus oídos la noticia de la muerte del dictador. Decidió regresar a Italia al instante para reclamar sus derechos de sucesión. En Roma, Octavio se vio obligado a aliarse con los optimates, que creían que más adelante podrían utilizarlo en su lucha contra Marco Antonio.
Pronto se desataron las hostilidades, y se envió un ejército al mando de los cónsules y de Octavio para combatir a Antonio, acuartelado en la Galia. En Módena, Antonio fue derrotado, pero los cónsules fueron muertos; Octavio aprovechó la ocasión para ponerse a la cabeza del ejército y obtener el consulado por la fuerza. Octavio contaba con el apoyo de muchos plebeyos, que se unieron a él como heredero de César.
Antes de acabar el año los líderes cesaristas decidieron limar sus diferencias y presentar un frente unido contra el Senado y los asesinos de César. Antonio, Octavio y Lépido constituyeron un (ahora sí) triunvirato, tras procedieron a eliminar a sus oponentes políticos. Más de 300 senadores (incluido Cicerón) y 2.000 caballeros encontraron la muerte en el reinado del terror que siguió a estos sucesos. En el 42 a.C., Octavio y Antonio derrotaron a Bruto y Casio, los líderes del complot contra César, en la batalla de Filipos.
Tras la victoria se llevó a cabo la distribución del imperio. Octavio obtuvo Italia y la mayor parte de las provincias; Antonio recibió un mandato contra los partos en Oriente. A Lépido se le arrinconó en África.
En oriente, Antonio llevó a cabo una campaña contra los partos y armenios y en Alejandría contrajo matrimonio con Cleopatra. Mientras tanto Octavio dedicó sus esfuerzos a consolidar su posición en Italia; inició una guerra propagandística contra Antonio, explotando su relación con Cleopatra y la tradicional aversión de los romanos hacia los orientales.
En el 32 a.C. las ciudades de Italia le prestaron juramento personal de fidelidad y le pidieron que encabezara una “cruzada” nacional contra Antonio y Cleopatra. Dicha campaña, iniciada poco después, terminó con la victoria total de Octavio en la batalla de Actium (31 a.C.); Antonio y Cleopatra escaparon a Alejandría, donde se suicidaron. Esa fecha marca el inicio de una nueva forma de gobierno y administración de los dominios de Roma, en la que Octavio se convertirá en un auténtico “monarca”.